Nuestra relación con la violencia es enfermiza.
La justificamos, normalizamos y después nos preguntamos por qué resultamos herid@s.
Aún sintiendo la violencia directa en el cuerpo: dudamos.
Dudamos las intenciones del Otro, dudamos si nos querían hacer daño, dudamos de lo que sentimos, de si hablar o callar, de si seguir en una relación o cambiar.
Hay duda porque falta la sensación de certeza: de lo que es correcto, lo que es aceptable e inaceptable, lo que es justicia y lo que no.
El problema no es que haya duda, el problema es que no queramos remediarla.
Elegir salir de las aguas de la incertidumbre implica una responsabilidad.
Implica que, si decides denunciar, podrán haber represalias en tu contra.
Implica que, si actúas, otros te juzgarán o te harán más daño.
El problema es que nos educaron desde pequeños a aceptar y continuar la cultura de violencia y, en pocas ocasiones o en ninguna, nos enseñaron los beneficios de la cultura de paz.
Entonces, preferimos no remar en aguas turbulentas sin la certeza de qué hay al otro lado del mar.
Con mi trabajo como periodista e internacionalista, por años reporté la violencia y los conflictos en múltiples espacios, países, contextos sólo para descubrir que con el periodismo de ángulo de guerra no contribuía a la solución, al contrario, era un buen peón de la industria.
Eso me llevó a convertirme nuevamente en emprendedora social, usando la comunicación y la producción multimedia para educar y llevar al análisis nuestra relación con la violencia, no sólo la de género.
Es una relación tan enfermiza que nadie gana: ni el que ejerce la violencia ni el que la recibe.
La satisfacción de poder es sólo momentánea.
Y como un hecho no puede llenar vacíos energéticos, emocionales, mentales y de conciencia se repite el ciclo de la violencia para saciar esa sed.
Es una lástima que no reconozcamos patrones de comportamiento influenciados por la cultura, el marketing de las empresas y el mismo gobierno.
Hay normas socialmente aceptadas y configuradas para que dependamos de las relaciones afectivas para ser aceptados y no que pensemos que el amor verdadero empieza adentro no que lo encontraremos en los demás.
No se puede encontrar afuera lo que no hay dentro. Eso es ley de vida, eso es ley del universo.
Lo más preocupante de la cultura de la violencia es que nos lleva a creer que no tenemos una relación con el sistema. Que debemos… aceptarlo tal cual es.
Si seguimos atendiendo los síntomas de la violencia viviremos agotados en un mundo de parches e ilusiones de progreso.
Prestemos atención a la raíz.
La relación que tenemos con la violencia es un espejo de la que tenemos con el amor, el dinero, las parejas, el trabajo y mucho más.
¿Por qué no replantearla?
“Bueno Natalia… ¿y cómo empezamos?”
Como cuando identificamos cualquier problema: reconociendo que existe.
Reconoce que tienes una relación con la violencia.
Revisa tus primeras memorias.
Pregúntate: ¿En qué ambiente creciste? ¿Cómo viste o viviste la violencia? ¿Cómo la ejercieron contra ti? ¿Por qué? ¿Cómo la ejerciste tú? ¿Por qué? ¿Qué patrones encuentras? ¿Qué rol asumes? ¿Cuáles son tus detonantes de ira, rabia, odio o envidia? ¿Qué hechos para ti son innegociables para emplear la violencia directa? ¿En qué circunstancias asumes el rol de víctima y en cuáles el rol de opresor?
Luego reflexiona: ¿Qué (si en algo) quieres cambiar? ¿Qué ayuda necesitas y para qué? ¿Cómo puedes transformar la violencia? ¿Qué te impide creer o sentir… la paz? ¿Qué te impide… exteriorizarla?
“Y luego… ¿qué?”
El mejor regalo que nos da la deconstrucción es abrirnos espacio para lo nuevo.
Al universo no le gustan los vacíos y a los seres humanos, tampoco.
Entonces, al arrancar de raíz el viejo sistema, aventurémonos a construir uno nuevo.
Ojalá más pacífico, ojalá más igualitario, en nuestras manos y nivel de consciencia queda el futuro que queremos vivir.
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